miércoles, 22 de junio de 2011



As Neves se ciñe a un agujero en el suelo, a una pisada seca en la arena. Después del fuego, los árboles arrancados y los muros que conservan la ceniza ponen punto y final a la sinfonía de todos los veranos. primero, las cortinas de humo que surgen de entre los árboles, como si el espíritu del bosque huyese a toda prisa, dejando atrás todas las pertenencias. Después, los intentos inútiles para atajar las llamas que se encuentran a las puertas de las casas. De todas las tragedias, la del fuego es la que pervive con más firmeza; cualquier hombre, por fuerte y valiente que sea, podrá despertarse en la noche, temeroso de que el terror en llamas arrebate hasta la última posesión y se lleve para siempre el alma de lo que pronto pueda ser un recuerdo. Nuestros bosques, antaño orgullo de nuestra región, hoy no son más que vestigios de intereses y percances asesinos, víctimas colaterales de partidarios, partidistas, caciquismos, indeferencia y olvido. Olvido de no saber que ha significado y que puede significar de ahora en adelante el aprovechamiento racional de la masa forestal, olvido hacia quien nos da la vida. quien sabe cuanto tiempo falta para que esto se parezca a un desierto, porque visto desde el aire, desde el mismo momento en que se entra en Galicia, las retinas se cubren de lágrimas al ver la sequedad, la quemazón y la ausencia de masa verde que conducen a un futuro demasiado gris.